Por: Kevin Acuña, Angie García, Jorge González.
La gran revolución rusa no fue un suceso momentáneo; fue el resultado de la acumulación de hechos que venían agobiando al pueblo ruso, reforzados con la llegada de la primera guerra mundial, la derrota ante Japón en las costas de Manchuria y el impulso arrollador de la revolución francesa que atravesaba el mundo. En paralelo, en Rusia convivían dos clases sociales con diferencias abismales: la nobleza y el pueblo llano; el primero vivía sumido en una profunda hambruna mientras el segundo tenía ojos ciegos ante las suplicas. La economía en decadencia estaba basada en el sector primario. De allí que la población fuera mayoritariamente rural.
El inconformismo estalló en 1905 con un primer intento de revolución en el que cientos de personajes del pueblo llano salieron a las calles a marchar consiguiendo solamente ser acallados por el ejército. No fue hasta 1917 que la empresa de la revolución salió victoriosa. Los zares cayeron junto con la monarquía absolutista para dar paso a un gobierno democrático encabezado por Alexander Kérenski, el cual tendría sus días contados. Rusia adoptó una especie de pre-capitalismo para sostener una decreciente y afectada industria y además dar alojamiento a las grandes masas de migrantes que trajo consigo la guerra. Estas medidas se vieron reflejadas en una economía renaciente sólo hasta 1922, cuando la economía volvió a caer. Ante esto la industria se sobrepuso sobre el sector agrícola que había gozado de condiciones menos desfavorables en los últimos años. Había escasez tanto para la obtención de materias primas como para la transformación de estas y su uso; la guerra había cobrado un alto precio.
Trabajadores en huelga en el Primer día de la revolución de Febrero, San Petersburgo, Rusia, 1917. Tomado de: Fine Art Images/Heritage Images, via Getty Images. https://www.nytimes.com/2017/03/27/opinion/the-bolsheviks-versus-the-deep-state.html
Lenin, quien había retornado de su exilio en Finlandia para ser portavoz de las ideas populares y liderar la ahora politizada masa de trabajadores y campesinos, relacionó, a conveniencia de sus ideas, las grandes cifras de desempleo y sus consecuencias con los resultados malsanos de una economía capitalista. Lo anterior, sumado con la todavía vigente campaña bélica en Europa y los intentos de represión militar, puso de nuevo a rodar el inconformismo que impulsaría el movimiento para derrocar al gobierno actual e imponer la dictadura del proletariado.
La naciente causa bolchevique exigía la construcción de una nación a partir de diferentes posturas que fomentaran una nueva identidad. Sin embargo, una nueva identidad nacional exigía una nueva arquitectura que le correspondiera. Nacen entonces dos posturas antagónicas como respuesta a lo anterior: una escuela clásica que proponía una arquitectura en concordancia con las mitologías y aspiraciones de la población en general (Realismo socialista) y una nueva generación de arquitectos recién graduados que le apostaba a la modernidad. La discusión que se dio en occidente sobre la brecha entre las personas y una arquitectura que negaba el patrimonio cultural de sus usuarios, se dio en Rusia en décadas anteriores a la posmodernidad occidental. La arquitectura promovía su propia revolución en un país sin recursos; la revolución tuvo que esperar hasta 1924 para ser materializada.
Como respuesta rápida al caos de la revolución la nueva generación de arquitectos, liderada por los arquitectos Vladimir Tatlin y Moisei Ginzburg, empieza a constituir entre 1918 y 1922 un nuevo paradigma que más tarde fundamentará el carácter de sus obras. Se puede decir que a Rusia no llega como tal el furor de la modernidad, puesto que en las discusiones que se daban se presentan nociones como el uso de nuevos materiales como el acero y el concreto, la función lleva a la forma, la preocupación fundamental por qué pasa dentro del espacio construido, etc. Nociones que iban muy de la mano con la arquitectura que se estaba dando en el resto de Europa. Al basarse en la técnica y la función, eran arquitectos de acción; se preocupan por construir y que sus obras tuvieran razón lógica en dos puntos; se puede decir que así nace el nombre del movimiento constructivista. Entendieron la construcción formal como un proceso intelectual donde las ideas debían tener un orden apropiado y para ello desarrollaron un método paso a paso en función de maximizar la eficiencia a la hora de diseñar.
Entre las nuevas generaciones de arquitectos que soñaban en el papel también se encontraba Konstantin Melnikov quien, a pesar de promover el espíritu moderno, se hallaba entre dualidades. Fue influenciado tanto por el discurso de las formas puras y abstractas como por el de las formas orgánicas importadas a Rusia por los arquitectos europeos de su admiración, en especial el Alemán Eric Mendelsohn. Melnikov rechazaba el cientifismo, el materialismo marxista propio de su época y los métodos estrictamente técnicos y racionales de los constructivistas:
K. Melnikov joven. Tomado de http://theconstructivistproject.com/en/tag/53/melnikov-house
"The constructivist trend treats architecture as if […] it was the […] necessity to master structural techniques. Engineering is unable to give complete answers […]and therefore […], will never produce architecture".
Paradójicamente, Melnikov tenía un lado tradicionalista; como profesor en la recién fundada Vkhutemas decía:
“Architectural research should be the application of the well mastered principles of study to the best monuments of historical architecture”.
La diversidad de posturas aparentemente antagónicas dará como resultado una arquitectura producto, no de un método estandarizado como el de los constructivistas, sino de diferentes aproximaciones tanto nuevas como tradicionales.
Independiente de la afiliación ideológica de Melnikov, él y los constructivistas tenían en cuenta que la arquitectura constituía el centro de reunión de las personas y que por ende servía como catalizador social. Era por ende fundamental llevar las ideas a un proceso material en el que la arquitectura fuera real. Dicha función catalizadora pasó a ser propia de los clubes de obreros que, si bien existían previo a la revolución, sólo hasta 1917 empezaron a conformar un número significativo como respuesta a la reciente necesidad de lugares para educar al pueblo en las ideas marxistas. Sin embargo, las funciones de los clubes se fueron ampliando para dar paso a la educación y la cultura con el fin de atraer mayor cantidad de visitantes. El Lissitzky los definiría como “el taller de transformación del hombre”.
Melnikov jugó un papel importante en Moscú tras la construcción de seis de estos clubes. El segundo deellos, construido en 1927 como iniciativa de un sindicato de trabajadores del tranvía y bautizado con el nombre de un líder del partido bolchevique, se convertiría en una de las obras insignia del arquitecto. El club Rusakov está pensado como un auditorio flexible que permite diferentes actividades en simultaneo. El auditorio de dos niveles puede ser subdivido en tres espacios distintos por medio de compuertas, visibles exteriormente en los tres voladizos que conforman la llamativa fachada y que naturalmente convergen geométricamente en uno o tres escenarios. Todo esto gracias al impulso de la industrialización en la Rusia soviética, evidente en la utilización de los materiales de la modernidad: el concreto y el acero.
El pasar del tiempo dio como resultado dos cosas: la utilización del edificio para diferentes fines a veces relacionados con lo netamente soviético y a veces como un espacio dedicado para la difusión de la cultura, llegando hoy en día a albergar en arriendo a una compañía de teatro y a un restaurante. La contienda entre las diferentes posturas por decidir hacia dónde debía apuntar la nueva arquitectura se decantó finalmente en los años treinta por retornar a los valores culturales tradicionales. Lo anterior fue impulsado por la nueva política cultural soviética que utilizaba su patrimonio cultural como una herramienta para reforzar la identidad histórica de la recién formada nación.
Melnikov Retirado en su casa. Tomado de: Konstantin Melnikov: la casa del arquitecto por Fiederick STARR.
Melnikov ve truncado a temprana edad su desarrollo como arquitecto. Su obra pasó rápidamente de ser objeto de admiración a ser objeto de críticas, a ser utilizada como método ilustrativo de lo que debía ser rechazado. La presión y el rechazo continuos acabaron por “atrofiar su capacidad creativa”, convirtiéndolo en un recluso, no sólo de su casa sino también de sus ideas utópicas.
BIBLIOGRAFÍA:
Powell, K., Cooke, C., & Justin, A. (1992). The avant-garde: Russian architecture in the twenties. London: Architectural Design.
Mácel, O. (1991, Ene. & Feb.). Un artista visionario. En el centenario de Melnikov. Arquitectura Viva, 16, 38-39.
Isasi, J. (2000, Ene. & Feb.). Melnikov y el Principito. Planeta Revolución. Arquitectura Viva, 70, 66-67.
De Feo, V. (1979). La Arquitectura En La U.R.S.S, 1917-1936. Madrid: Alianza Editorial.
Cohen, J. L., Cooke, C. (1994). Constructivismo ruso: sobre la arquitectura en las vanguardias ruso soviéticas hacia 1917. Barcelona: Ediciones del Serbal.
Carr, E. H. (1982). La Revolución Bolchevique, (1917-1923) (Vol. 2). Madrid: Alianza.
Starr, F. (1986). Konstantin Melnikov: la casa del arquitecto. Quaderns d'arquitectura i urbanisme. 169-170, 36-47.
Comments